domingo, 24 de junio de 2012

ΘΑΝΑΤΟΣ

 
Así llaman los griegos a la muerte. Pues si he estado ausente, es porque no hace mucho, la muerte visitó mi casa. Se llevó a uno de sus pilares fundamentales y fundacionales: mi padre.
Era viejito ya, pero se aferraba a la vida y a veces se sumía en profundas depresiones al sentirse inútil y dependiente de un andador para caminar y necesitaba ayuda para bañarse.
El 2 de enero hizo una fiebre rara e insistí en llamar al médico. Mi madre y mi hermana no me hicieron caso. El 4 se repitió y me costó una trifulca llamar al médico. Lo ingresaron. Había hecho un infarto cerebral. Nada muy severo a su edad, pero lo dejó afásico. Y quitarle a mi padre el habla, era matarlo. Y así fue... quedó con internación domiciliaria y se fue apagando como una velita. El 27 de febrero, 23:30 de la noche, supe que se moría. Hizo tres gestos con la cara, empujando las mandíbulas hacia adelante y se fue. Le di masaje cardíaco, sin éxito. Llamamos la emergencia y mientras esperaba afuera, mi madre, enfermera profesional, pero enferma ella también, le hizo respiración artificial.
Cuando llegó el médico, ya había muerto. Trataron de reanimarlo pero no tuvieron éxito y tampoco hubiera tenido sentido. Diez minutos de muerto, era convertir a un hombre desvalido en una planta.
Con mucha ternura lo miré por última vez, acaricié su frente, lo besé y cerré sus ojos.
Luego, acompañada por mi mejor amiga, que vino enseguida, fui a hacer los trámites necesarios.
Y al otro día, su velatorio y su sepelio.
Faltó muchísima gente, era fin de semana largo y casi nadie se enteró. Pero los básicos, estuvieron.
Especialmente mi puntal, mi sostén, ese ser que Dios me dio y que creí perdido pero que en su generosidad y amor infinito, el Señor me regresó. No se apartó de mi lado, me sostuvo, tomó mi mano, me abrazó, pero hubo de irse antes del sepelio. Lo importante es que no me falló. No me había fallado antes, cuando le dije que mi padre agonizaba. Se portó como lo que es: un caballero.
Lo echo de menos a mi papá. A pesar de nuestras diferencias, me hace mucha falta. No podía, por su edad, hacer mucho por mí. Ni siquiera comprender muchas de mis penas porque tenía edad para ser mi abuelo, no mi padre. Pero así y todo, yo sabía que estaba allí. A pesar de las discusiones, de los rezongos que me veía obligada a darle, sabía que estaba ahí. Cuando cayó enfermo, le cumplí la promesa que le hice de niña:
"- ¿Quién me va a cuidar cuando sea viejito?"
- Yo, papá.
Y así fue. Mi mano le dio de comer, lo bañó, lo limpió, cambió sus pañales, le dio sus remedios, lo acarició, le hizo cosquillas, inventó un juego de esgrima con los dedos para hacerlo reír...
Te extraño, papá. A casi dos meses de tu muerte, te extraño mucho.
Y necesito oír tus palabras tratando de ayudarme a resolver cosas que no estaban a tu alcance, pero que igual me hacía bien oír.
Cuido mucho de mamita. Sabés que no está bien y que se fatiga mucho. Me hace rezongar, la muy bandida y tengo miedo que te extrañe tanto, que decida irse contigo...
Por eso le pido a Dios que no me suelte de la mano, justo ahora que todo está tan complicado para nosotros. Tu partida nos tomó de sorpresa y eso trajo aparejados problemas que se arreglarán, pero mientras tanto, es duro, muy duro...
Mariela va todos los domingos a tu tumba. Yo prefiero recordarte vivo, pasándome la mano por la cabeza. Lo que ya te dije o lo que callé, es inútil plantearlo ante una tumba. Ni perdón ni te quiero son palabras para decir ante una lápida.
Rezo por ti cada noche. Le pido a Dios que te permita cuidarnos y protegernos junto con Él. Y también le pido que me deje un tiempo más a mamita... El que sea, el que disponga, pero el suficiente para que me vea con mis sueños básicos cumplidos, para que cuando le toque partir, lo haga en paz.
Visitame en sueños, te echo mucho de menos. Te quiero.
monikkula  Domingo, 18 Abril 2010 06:25

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