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martes, 30 de octubre de 2012
sábado, 30 de junio de 2012
¿Quién se quedó con mis sueños?
De todas las cosas que soñé en la vida, nunca me imaginé la vida que tengo. No es fácil, nada fácil. Si bien amo mi trabajo, mi estilo no es precisamente el que la educación actual propone. Eso significa que, si bien existen entre mis alumnos aquellos que me valoran y respetan, los más me detestan porque les exijo y me lo manifiestan de las maneras más naturales para ellos. Dar la espalda, conversar, no estudiar, no atender, no trabajar en clase... Pero para reclamar son modelo "boy scout": "Siempre listo."
Nunca soñé la vida que llevo para mí. Yo quería otra cosa, tal vez menos intelectual o no tan excesiva intelectualmente. Yo quería la vida simple de las personas simples: un trabajo que amara realizar, un hombre con quien compartir la vida sanamente, un par de hijos... O uno solo, da igual. Pero una familia. Mía, formada por mí.
Dios decretó otra cosa y tengo que resignarme. Elegí estudiar mucho porque me gustaba, porque quería otro empleo para ejercer la docencia por amor y placer, lo que significaba no tener más de dos grupos. Así fue que allá, por el año 90, con 28 años y 45 kilos mojada, empecé a buscar otro empleo que nunca llegó.
Entonces, pensé: Mejor me capacito en alguna otra cosa. Arte dramático ya había estudiado y de eso aquí en Uruguay, casi nadie vive y yo no soy precisamente Sarah Bernhardt. Así fue que ni bien se me presentaba una oportunidad, yo estudiaba. Salvo el griego, que tanto me gusta, que elegí estudiarlo por placer del conocimiento puro, lo demás fue para prepararme para un día dejar la docencia porque veía su deterioro a pasos agigantados. Y sumé uno, dos, tres diplomas, otra capacitación por aquí, inicio de la Facultad por placer allá... Y así llegó el día en que mi trabajo me quemó: empecé a sentirme mal, con gravísimos dolores de cabeza, contracturas que hasta vómitos me daban y nadie daba con lo que tenía. Hasta que un psiquiatra dio: -"Lo tuyo es un burn out." dijo a modo de sentencia.
Ahí empezó una odisea que es dificilísima de entender si no se ha vivido al menos, algo similar. Como es una enfermedad que no se ve, salvo que te pillen en plena crisis, nadie cree que estés enferma/o de consideración. Tampoco creen que sea a causa de la enfermedad tus cambios de carácter. Por más que insistas en no angustiarte, en no preoucuparte, en no llorar, en no ponerte furibunda/o, es inútil. La enfermedad es así, hay que tratarla y enfrentarla como es.
Claro, quien lo ve de fuera, piensa las cosas más increíbles. La primera es que estás loca. O loco. Y para quienes estamos mal, todo lo que se murmura por lo bajo - que vamos, nos damos cuenta de que tenemos una corte de psicoanalistas aficionados que jamás leyeron o vivieron a Freud y/o colegas -, cada palabra es un puñal que se nos clava dentro y nos hiere de manera brutal y feroz.
Y claro, la gente juzga, saca conclusiones, se permite decirte cosas que te destruyen interiomente. Pero ahí estaba yo... con mis crisis de llanto, de angustia, de miedo, de soledad, sin trabajo, sin sueños cumplidos salvo uno... que no me servía para nada en ese momento terrible. Ni siquiera mis padres, pobrecillos, podían ayudarme. ¿Qué podían hacer frente a una enfermedad para ellos desconocida? ¿Qué se puede hacer frente a la angustia de una hija que ve que se le va la vida y no ha sido feliz más que un ratito y tampoco muy feliz?
La felicidad es un estado de espíritu, que tengo claro que no depende de nada externo, sino interno. Sin embargo, la concreción de algunos pocos sueños simples pueden hacernos felices.
El "brun out" hoy está quedando atrás, no sin denodado esfuerzo de cuatro años en los cuales no solo no pude trabajar, sino que se me murieron mis padres. Los dos. Primero papá y hace apenas cuatro meses y tras largo sufrimiento, mamá.
Miro mi realidad y me dan ganas de llorar a gritos. Vivo en un sitio donde no quiero. En una casa que era la nuestra pero que tiene tanto dolor dentro que no quiero estar aquí. Además, es demasiado grande. Mi trabajo, ese impulso vital, ese ímpetu que me llevaba hacia adelante hoy es más una condena que un trabajo. No siento que voy a trabajar, siento que voy a padecer. Y lo peor es que es real. Y también es real que comentamos con los colegas que ellos sienten muchas de las cosas que yo siento. Pero ellos tienen veinte años menos. Al menos tienen algo que a mí se me va acabando... TIEMPO.
¿Quién quiere a una mujer cuyo pecado es haber nacido inteligente y haberlo podido aprovechar? En teoría, deberían estar peleándose por mí en varios sitios de trabajo. Pero resulta que no. Que busco y busco y no hallo otro trabajo que no sea la docencia. La amo, pero se convirtió en un amor no correspondido.
Y por otro lado, una mujer buena y decente, ni hermosa ni fea, en todo caso con sus encantos, que representa diez años menos de los que tiene, lo único que encuentra al llegar a su casa es el silencio de sus libros cerrados, en los estantes, encima de los muebles o junto a su cama, porque le gusta leer acostada justo antes de dormir.
Yo no sé si quería ser inteligente e intelectual. Tal vez un poco, por el trabajo, pero yo quería una vida normal, con un marido, una casa, unos hijos y si me apuran, hasta admito un perro.
Pero Dios decretó una secretaria, una actriz, una profesora, una correctora, una editora y una mujer con mucha facilidad para los idiomas que supo aprovechar y que encima escribe muy bien. Y se lo dicen, que no es que se lo crea. Se lo dicen.
El tema es que esa mujer tiene 50, está de buen ver, puede hablar de Borges o de Peñarol, de mitología o de Jodorowsky, de cine o de educación... Y aún así, no hay un día de su vida en los últimos 15 años en que llegue a casa y no tenga quién la espere para compartir un café junto con las novedades del día.
Por eso, aunque acepta lo que hay, no deja de sentirse idiota, cuando le dicen que no se puede tener todo en la vida o que todo se arreglará y todo irá bien. Porque el tiempo y la vida le demuestran lo contrario y si bien cree en Dios, a veces le da rabia, mira al Cielo y pregunta, con los ojos llenos de lágrimas:
¿QUIÉN SE QUEDÓ CON MIS SUEÑOS?
sábado, 23 de junio de 2012
"NADIE ME DIJO NADA"
"NADIE ME DIJO NADA"
Como es habitual en mí, robo un título ajeno para usarlo aquí porque me resulta expresivo, tal vez más de lo que yo pudiera crear. Eso sí, siempre cito la fuente. Esta vez, le robo a Jaime Roos, mi compatriota y cantante favorito, el título de una hermosa canción.
¿Por qué las personas se aferran a veces, empecinadamente al silencio, sometiendo sus sentimientos y emociones a una tortura, que termina por lastimar más, que si hablaran alto y claro?
No logro comprender esa actitud. Convengamos que - como dice mi amigo Carlos - "hablar cuesta". Pero hay cosas en la vida que dañan más si se callan que si se dicen. Tanto a quien las siente como a quien las recibe. No somos dueños de los sentimientos: ni de los propios ni de los ajenos. Es inevitable que sintamos algunas cosas...
En mi perfil dice que una de mis pasiones es la honestidad. Que es mi mejor tarjeta de presentación.
Ayer tuve un acto honesto con alguien además de mí. Siempre fui de la idea que en el acierto o en el error, ser honesto con uno mismo es un deber ineludible que tenemos los seres humanos. Ayer, rompí un dique de silencio de tres años casi y - como es primavera - , hice como dice la canción:
"Hay que sacarlo todo afuera
como la primavera,
si no quieres que adentro
algo se muera."
Yo ya sabía lo que me esperaba ante ese despliegue de emociones.
Y recibirlo, lejos de lo que creía, no me dañó. Al contrario, me siento liberada. He hecho la Katarsis y ya no soy la misma. Soy un poquito más yo, más auténtica, más fuerte, y, sobre todo, más valiente.
Me asombro de mí misma... Casi tres años con esa cosa acá... (imagine el lector que me agarro la garganta con la mano derecha y me la estrujo), atravesada, harta de los circunloquios y las metáforas y los eufemismos y los gritos del silencio y los secretos a voces...
El saldo es positvo: lo más valioso permanece intacto, el nudo en mi garganta desapareció, no me siento mal por haber dicho lo que tenía que decir, y sé, que a pesar de un obstinado silencio... mi segundo nombre - Beatriz, - la que hace feliz - cumpló su cometido.
No quedaron rastros visibles de ese momento: no se puede probar. Eso podría significar que no existió el hecho. Pero los corazones son un archivo más grande e intenso que el de la Sureté o el FBI...
Como canta Edith Piaf, mi amado Gorrión de París...
"No, rien de rien, no je ne regrette rien..."
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