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sábado, 30 de junio de 2012

¿Quién se quedó con mis sueños?

De todas las cosas que soñé en la vida, nunca me imaginé la vida que tengo. No es fácil, nada fácil. Si bien amo mi trabajo, mi estilo no es precisamente el que la educación actual propone. Eso significa que, si bien existen entre mis alumnos aquellos que me valoran y respetan, los más me detestan porque les exijo y me lo manifiestan de las maneras más naturales para ellos. Dar la espalda, conversar, no estudiar, no atender, no trabajar en clase... Pero para reclamar son modelo "boy scout": "Siempre listo." 
Nunca soñé la vida que llevo para mí. Yo quería otra cosa, tal vez menos intelectual o no tan excesiva intelectualmente. Yo quería la vida simple de las personas simples: un trabajo que amara realizar, un hombre con quien compartir la vida sanamente, un par de hijos... O uno solo, da igual. Pero una familia. Mía, formada por mí. 
Dios decretó otra cosa y tengo que resignarme. Elegí estudiar mucho porque me gustaba, porque quería otro empleo para ejercer la docencia por amor y placer, lo que significaba no tener más de dos grupos. Así fue que allá, por el año 90, con 28 años y 45 kilos mojada, empecé a buscar otro empleo que nunca llegó. 
Entonces, pensé: Mejor me capacito en alguna otra cosa. Arte dramático ya había estudiado y de eso aquí en Uruguay, casi nadie vive y yo no soy precisamente Sarah Bernhardt. Así fue que ni bien se me presentaba una oportunidad, yo estudiaba. Salvo el griego, que tanto me gusta, que elegí estudiarlo por placer del conocimiento puro, lo demás fue para prepararme para un día dejar la docencia porque veía su deterioro a pasos agigantados. Y sumé uno, dos, tres diplomas, otra capacitación por aquí, inicio de la Facultad por placer allá... Y así llegó el día en que mi trabajo me quemó: empecé a sentirme mal, con gravísimos dolores de cabeza, contracturas que hasta vómitos me daban y nadie daba con lo que tenía. Hasta que un psiquiatra dio: -"Lo tuyo es un burn out." dijo a modo de sentencia. 
Ahí empezó una odisea que es dificilísima de entender si no se ha vivido al menos, algo similar. Como es una enfermedad que no se ve, salvo que te pillen en plena crisis, nadie cree que estés enferma/o de consideración. Tampoco creen que sea a causa de la enfermedad tus cambios de carácter. Por más que insistas en no angustiarte, en no preoucuparte, en no llorar, en no ponerte furibunda/o, es inútil. La enfermedad es así, hay que tratarla y enfrentarla como es. 
Claro, quien lo ve de fuera, piensa las cosas más increíbles. La primera es que estás loca. O loco. Y para quienes estamos mal, todo lo que se murmura por lo bajo - que vamos, nos damos cuenta de que tenemos una corte de psicoanalistas aficionados que jamás leyeron o vivieron a Freud y/o colegas -, cada palabra es un puñal que se nos clava dentro y nos hiere de manera brutal y feroz.
Y claro, la gente juzga, saca conclusiones, se permite decirte cosas que te destruyen interiomente. Pero ahí estaba yo... con mis crisis de llanto, de angustia, de miedo, de soledad, sin trabajo, sin sueños cumplidos salvo uno... que no me servía para nada en ese momento terrible. Ni siquiera mis padres, pobrecillos, podían ayudarme. ¿Qué podían hacer frente a una enfermedad para ellos desconocida? ¿Qué se puede hacer frente a la angustia de una hija que ve que se le va la vida y no ha sido feliz más que un ratito y tampoco muy feliz? 
La felicidad es un estado de espíritu, que tengo claro que no depende de nada externo, sino interno. Sin embargo, la concreción de algunos pocos sueños simples pueden hacernos felices. 
El "brun out" hoy está quedando atrás, no sin denodado esfuerzo de cuatro años en los cuales no solo no pude trabajar, sino que se me murieron mis padres. Los dos. Primero papá y hace apenas cuatro meses y tras largo sufrimiento, mamá. 
Miro mi realidad y me dan ganas de llorar a gritos. Vivo en un sitio donde no quiero. En una casa que era la nuestra pero que tiene tanto dolor dentro que no quiero estar aquí. Además, es demasiado grande. Mi trabajo, ese impulso vital, ese ímpetu que me llevaba hacia adelante hoy es más una condena que un trabajo. No siento que voy a trabajar, siento que voy a padecer.  Y lo peor es que es real. Y también es real que comentamos con los colegas que ellos sienten muchas de las cosas que yo siento. Pero ellos tienen veinte años menos. Al menos tienen algo que a mí se me va acabando... TIEMPO.
¿Quién quiere a una mujer cuyo pecado es haber nacido inteligente y haberlo podido aprovechar? En teoría, deberían estar peleándose por mí en varios sitios de trabajo. Pero resulta que no. Que busco y busco y no hallo otro trabajo que no sea la docencia. La amo, pero se convirtió en un amor no correspondido.
Y por otro lado, una mujer buena y decente, ni hermosa ni fea, en todo caso con sus encantos, que representa diez años menos de los que tiene, lo único que encuentra al llegar a su casa es el silencio de sus libros cerrados, en los estantes, encima de los muebles o junto a su cama, porque le gusta leer acostada justo antes de dormir. 
Yo no sé si quería ser inteligente e intelectual. Tal vez un poco, por el trabajo, pero yo quería una vida normal, con un marido, una casa, unos hijos y si me apuran, hasta admito un perro. 
Pero Dios decretó una secretaria, una actriz, una profesora, una correctora, una editora y una mujer con mucha facilidad para los idiomas  que supo aprovechar y que encima escribe muy bien. Y se lo dicen, que no es que se lo crea. Se lo dicen.
El tema es que esa mujer tiene 50, está de buen ver, puede hablar de Borges o de Peñarol, de mitología o de Jodorowsky, de cine o de educación... Y aún así, no hay un día de su vida en los últimos 15 años en que llegue a casa y no tenga quién la espere para compartir un café junto con las novedades del día. 
Por eso, aunque acepta lo que hay, no deja de sentirse idiota, cuando le dicen que no se puede tener todo en la vida o que todo se arreglará y todo irá bien. Porque el tiempo y la vida le demuestran lo contrario y si bien cree en Dios, a veces le da rabia, mira al Cielo y pregunta, con los ojos llenos de lágrimas:
¿QUIÉN SE QUEDÓ CON MIS SUEÑOS?

domingo, 24 de junio de 2012

To Sir with love



¿Quién que tenga más de 40 no recordará la película Al maestro con cariño (To Sir with love) con el increíble Sydney Poiter en el rol del maestro de aquella secundaria inglesa que parecía la casa del terror? Lo bueno de la película, era que el maestro y sus sueños de formar jóvenes buenos ciudadanos y personas, se hacían realidad. No vamos a negar que le costó, le costó y mucho. Pero... "Sir" lidiaba con un solo grupo de jóvenes maleducados, desesperanzados, desconfiados, rebeldes con o sin causa, delincuentes o en vía de serlo...
Nuestra realidad educativa es tan distinta que ni vale la pena comentarla aquí. Solo quiero decir que una vez fui yo la protagonista de esa película. Que alguna vez el final fue feliz y yo sentí la satisfacción enorme del deber cumplido y el afecto recibido.
Hoy todo acabó. Enferma de burn out en forma bastante severa, me despido de la que es mi vocación. Dejo atrás la literatura, el enseñarles a pensar a través de una novela, o de una obra dramática, a ver que el amor es igual en todos los tiempos cuando llega de veras y que no importa si el estilo es barroco o renacentista o vanguardista...
Farewell... La realidad puede más que yo y ahora he de buscar otro camino de qué vivir. Pero la docencia a adolescentes...ya no.
El daño que me ha causado es mayor que las satisfacciones, esas que guardo en mi corazón como un tesoro.
Me hubiera gustado decir al retirarme las palabras de Gorgias:
Por quien me venza con honor en vosotros. Pero los valores de Gorgias y los míos ya hace mucho que no están y los chicos no tienen idea de quién era Rodó, cuanto menos Gorgias, su personaje inolvidable.
Por lo tanto, desplegaré las velas de mi barca y la dejaré que sola, me lleve a una nueva Ítaca. Esta no está pobre, sencillamente, el envilecimiento la ha llevado a la degradación, y va camino a la muerte.
Farewell, Sir.